Lo bueno siempre termina acabando, y nuestra escapada a Málaga
llegaba a su fin. Teníamos que volver, Malú seguía dando conciertos. Ella iba
dando pequeñas cabezadas en lo que llegábamos a Madrid. Habían sido unos cuatro
días agotadores, pero maravillosos. Para mí, inolvidables. Dormir, dormimos
bien poco, por ello no quise despertarla y dejar que descasase. Aunque se
levantase cada cuarenta y cinco minutos para preguntar si estábamos llegando.
No podía evitar mirarla. Contemplarla durmiendo. Es tan sumamente bonita que
nunca sabría describirlo. Llena de imperfecciones, como todo el mundo supongo,
pero para mí era perfecta. No sé que tiene pero hace que sienta que es ella. No
hemos compartido muchos momentos, aunque los vividos son ya varios, pero cada
día tengo más claro que quiero estar con ella para toda la vida. Fuese de la
forma que fuese. Miraba hacia mi derecha y me daba pánico no volver a verla
ahí. Que se esfumase de mi vida, que dejase de ser esta parte tan esencial de
mi. Dejar de recibir mensajes de texto en mitad de la madrugada y que su voz
fuese la última melodía que escuchase todas las noches antes de irme a dormir.
Que mi abrigo de piel favorito dejase de abrigarme porque sus abrazos ya no
estén. El eco de su risa por mi mente. El roce de nuestras manos debajo de las
sábanas. La búsqueda continua de nuestros pies en la cama. El notar que a mitad
de la noche su brazo rodee mi cintura. La forma que tiene de besar mi pelo, de
acurrucarse en mi cuello. Su forma de hacerme el amor. El que me hable
cantando. Que hable del amor como quien nunca se ha enamorado, como el que
nunca ha logrado alcanzarlo. Sus buenos días, sus buenas noches. Sus arrebatos
de pasión en mitad del salón. Tantas cosas, que si me faltan me sentiría
incompleta. Como me he sentido tanto tiempo atrás, porque ella ha sido la pieza
del puzle que lo completa. Es la que me completa. Quien hace que me sienta
completa.
Ya estaba entrando en la comunidad de Madrid, y Malú seguía
durmiendo. Me daba cosa despertarla, así que la lleve a mi casa.
- Gorda, despierta, ya estamos en casa. -ni se inmuto.
Como no movió ni un solo músculo de su cuerpo decidí meter el
coche en el garaje y llevarla en brazos hasta la cama. Esquivando cada marco de
la puerta para que no se diese con ellos. La tumbé sobre mi cama y bajé a
cerrar el coche y coger las maletas. Cuando llegué seguía en la misma posición.
Le quite sus botas, los pantalones y la camiseta. Su cuerpo era mío totalmente
y a mí me encantaba tenerla a mí son. Le quité el sujetador y le puse el
pijama. La metí en la cama bien arropada. Me asomé al balcón y respire el aire
de Madrid. Olor a ciudad, a prisas, a caravanas y a coches. Me tome un vaso de
agua y me metí en la cama con ella.
Nada más meterme me buscó y se arropó en mi.
- Gracias. -me susurró en sueños.
- Buenas noches cielo. -le dije besándola.
- Contigo siempre lo son. -me dijo apretándome hacia ella.
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