martes, 9 de diciembre de 2014

Capítulo 24. Tú eres la primera.

No sé que me pasaba, nunca antes había sentido algo así. Vengo de una época que me cuesta enamorarme, puede ser que el hecho de haberme hecho daño me paralizase y le temiese a todo, incluso a ser feliz. Pero, no sé que tiene ella. 
No sé si es su luz, su forma de brillar, su carisma, su alma, su sonrisa.. 
No sé que es, pero me tiene loca. 
Ha llegado ella a mi vida como un huracán, arrasando mis cimientos. Rompiendo todas mis barreras desde primera hora.
Quebrantando una coraza que me costó años de construcción. Años de prudencia para que venga ella y me tire los esquemas al suelo. 
Me tiene enganchada, no se si puedo decir enamorada, pero sé que me va a complicar la vida. 
Y por primera vez, estoy encantada de vivir ese riesgo. 
Tal vez sea que necesito tanto de ella que nada me sacia. 
Cada día tengo más claro que esta hecha para mi, lo supe desde el momento que la vi. 
Es el amor, incluso me atrevo a decir, la mujer de mi vida. 
Quién sabe si esto será eterno o acabará el día de mañana, pero lo que tengo muy claro es que la buscaré entre besos. 
Y que por muchas mujeres que venga siempre será ella, siempre querré volver a ella. 
Mis dudas se habían esfumado, pero tenía miedo al rechazo. Al dar y no recibir. Temía dar el paso y que ella se echase para atrás. No quiero que esto que tenemos se acabe, otra vez. Y mucho menos ahora que empezaba a amarla. 
Me he mal acostumbrado a ella, a su forma de vivir, a sus llamadas, a su voz antes de dormir, sus buenos días como despertador, sus manos con las mías, sus labios con los míos. Me he acostumbrado a su forma de quererme, y no quiero que termine nunca. 
Por eso mismo necesito sorprenderla. Y con ella mi lado más romántico salía al exterior. 
Sabía que hasta la hora de cenar no aparecería por allí, aproveché y fui a comprar varias cosas, entre ellas, una botella de vino. Me hice una ensalada para comer, vi la tele, no había nada interesante. Saqué a Danka a pasear por un parque que había al lado, aproveché para hacer algún que otro ejercicio con ella y así hacia yo también deporte.
Sonó mi móvil y era ella. 
- Que cansado todo esto.. -me dijo con voz de cansada.
- ¿Entrevistas?
- Siempre diciendo lo mismo... 
- Pues cambia un poco. -dije bromeando.
- Claro, ¿y qué digo?
- Que me quieres.
- Si ya, y te vienes arriba...-siguió la broma.
- Pero me quieres.
- Mucho.
- ¿Cómo la trucha al trucho?
- Como se quiere al amor de su vida.-me quedé muda con sus palabras.- te quiero Vane.
- Te quiero. 
- Tengo que colgar... Luego nos vemos, te quiero gorda.-dijo despidiéndose.

Encendí la chimenea y coloqué a su alrededor un par de mantas en modo de cama, con cojines incluidos. Preparé de cenar unos rulos de queso de cabra con cebolla caramelizada por encima y un risoto de setas. Me di una ducha rápida, y me puse una camiseta con escote y pantalón ceñido. 
Era casi la hora de su llegada, coloqué un camino de pétalos de rosas desde la entrada hasta la chimenea. Dejando caer algunos por el sofá blanco y alrededor de las mantas. Rodee la cama con velas y por el salón, de forma que fuese la única luz que nos alumbrase. Puse la comida en los platos y cerré la cocina con los perros dentro para que no molestasen. Descorché la botella de vino, llenando las dos copas. Terminé de encender todas las velas. Y justo en ese momento escuché el sonido de las llaves en la puerta.
Me coloqué en la entrada y esperé a que abriese. 
- Al fin en casa. -dijo quitándose el abrigo.- Que bien huele, ¿has preparado algo? 
- te he echado de menos. -dije rodeando su cintura y cerrando la puerta.
- No sabes las ganas que tenía de llegar a casa. -dijo besando mis labios.
- Ven, cierra los ojos. -dije cogiendo su mano.
- ¿A donde me llevas? 
La llevé al centro del salón, colgué su bolso y su abrigo, cerré la puerta corredera y apagué la luz. Puse la música que tenía preparada, acorde al ambiente. 
- Ya puedes abrirlos. 
- Pero...-su cara de asombro era un poema. Estaba el salón iluminado con las velas y creaba una perfecta combinación entre el blanco y el rojo.
- ¿Quieres? -dije ofreciéndole una copa de vino. 
- ¿Algún día dejarás de sorprenderme? 
- Nunca. -dije besándola. 

Malú venía hambrienta, se comió casi todo ella. Nos bebimos varias botellas de vino, y estuvimos hablando de su día tiradas sobre las mantas. Bromeando y picándonos entre besos y caricias. 
- Vane... -dijo sin venir a cuento.
- Dime.
- Prométeme que vas a estar siempre, que siempre me vas a querer.
- ¿Y esto? ¿A que viene? 
- Necesito saberlo. Aunque no estemos juntas, ¿pensarás en mi?   
- Ey gorda, no llores. -dije al ver una lágrima caer sobre su rostro.- ¿Por qué lloras?
- Porque si, porque te quiero. Porque me estoy enamorando de ti. Porque tú para mi eres la primera, y sé que siempre va a ser así. Y tengo miedo, mucho miedo.
- ¿De qué? 
- De que empecemos algo y me dejes. Te vayas con otra y yo ya no exista para ti. Tengo miedo de que me rompas. 
- Malú, escúchame. Por favor. -dije secando una de sus lágrimas.- voy a estar siempre contigo. Y si algún día, por alguna razón, nos separamos, acabaré volviendo a ti. Te quiero. Eres la mujer de mi vida, no necesito más tiempo a tu lado para saberlo.
Me das lo que necesito, lo esencial para vivir. Por ti haría lo que me pidieses. 
- Quiero que estés toda la vida conmigo. Nunca me había pasado esto, este sentimiento tan fuerte. La necesidad de ti, el verme formando una familia contigo. Un futuro en si. Nunca nadie me ha hecho sentir ni la mitad que tú. Y quiero estar contigo hasta el final. 
- Ya esta mi amor, ven. -dije acercando su cuerpo al mío.- te quiero. 
- Te quiero. -dijo besando mis labios. 

1 comentario: